lunes, 29 de septiembre de 2008

última semana de septiembre: locura divertida

Con el cuerpo aún medio estropeado por el empalme criminal San Mateo-Piedra en el charco-visita de Manuel Ildefonso-poemas para Planetario (un proyecto de la asociación que me tiene emocionada y feliz) apunto aquí varias reflexiones sueltas de todos estos días:

-Que el día del chupinazo es posiblemente el día más divertido del año (todo el mundo sale, todo el mundo se empipa, todo el mundo está contento: lo pasamos canica)
-Que los Orishas están un poco acabados, pero que las canciones de siempre molan muchísimo. Que Roldán tiene una voz alucinante (el concierto fue aburridete pero cada vez que cantaba él me acordaba de los trovadores de Cuba y se me ponía la piel de gallina)
-Que el zurracapote (una vez al año, eso sí) es un invento cojonudo. Comparto la receta con vosotros. Atended, porque esto es posiblemente lo más valioso que jamás encontraréis en este blog (cuidadín que esto sube que da miedo):

ZURRACAPOTE:

INGREDIENTES
vino tinto o clarete
agua
azúcar
canela en rama
limón
melocotón en almíbar (opcional)

ELABORACIÓN
Se puede realizar a base de vino tinto o clarete, al gusto. Para una cántara de vino (16 litros) se disuelven 2 kg. de azúcar en otros 2 litros de agua. Se cuece en 1/4 de litro de agua un par de palos de canela en rama, echando el agua colada al vino. Se añade el zumo de 5 limones. Las cáscaras de los limones y la canela en rama cocida se envuelven en un paño limpio, se atan y se sumergen en el vino para que sigan dando gusto hasta que se considera que es suficiente (aproximadamente 3 días). Opcionalmente también se le puede añadir 1 Kg. de melocotón en almíbar, con su caldo, para dar gusto. A partir de aquí, se consume bien frío, en porrón, bota, o vaso en cualquier fiesta, y a disfrutar.

-Que Rosendo no me pone demasiado
-Que el cabrito asado de mi madre es una maravilla (en realidad, cualquier cosa que cocine mi madre es una maravilla)
-Que Teruel me recuerda un poco a Cuenca. Hay unos edificios modernistas preciosos y bastante sorprendentes y el techo de la catedral es alucinante (la "Capilla Sixtina" del arte mudéjar!!!)
-Que siempre, allá donde vas, hay gente estupenda que, por un motivo u otro, mejoran tu vida (ya sea de una forma circunstancial o de más largo recorrido). Aquí va una retahíla de nombres de personas que, por distintas cosas, hicieron que la experiencia turolense fuera una pasada de las de no olvidar nunca. Van más o menos por estricto orden de aparición en nuestro periplo aragonés (los pongo en negrita como al zurracapote): Nacho Escuin (el jefe), Vicente Muñoz, David Mayor, Almudena Vidorreta, Brenda Ascoz, Raúl García, Pablo Lorente, Eduardo Fariña, Diego Palmath, Félix Romeo, Miriam Reyes, Alejandra Vanesa, Sara Toro, Yolanda Castaño, Sofía Castañón, Joaquín Pérez Azaustre, Aloma Rodríguez y David Barreiros, Luis Bagué, Alba González, Unai Elorriaga, Miguel Ildefonso, Martín Rodríguez Gaona, Mercedes Cebrián, Dolan Mor, el señor del dame tu flautín muchacho que yo lo quiero tocar, Octavio Gómez Milián, Eduardo Halfon, Alejandro Tarrab, Óscar Pirot, Timo Berger, Andrés Neuman, Elena Medel, Daniel Gascón, Julio José Ordovás, Pilar Salomón, Alfredo Saldaña, Mariano Peyrou, Juan Sorós, Antonio Pérez Lasheras, Antón Castro, Milena Rodríguez, Toni Bello, el amigo de Nacho que nos llevo de bares la última noche... Gracias a todos (y perdón si me he olvidado a alguien!)
-Que todo se alía para que visitemos México DF de una buena vez (buey!)
-Que el proyecto 23 Pandoras está a tope (más información en próximos posts; el blog está enlazado en las mejores playas)
-Que pronto iremos a Málaga (¡por fin!)
-Que los mismos líos de siempre, las mismas mierdas, lo que antes tanto preocupaba y dolía, cada vez tiene menos importancia
-Que los proyectos con amigos siempre son mejores (todo en la vida es siempre mejor con amigos excepto el amor solitario, que tiene más sentido en solitario)
-Que Planetario va a ser algo hermoso. Y grande.

domingo, 21 de septiembre de 2008

la piedra en el charco, 23-25 de septiembre, teruel

LA PIEDRA EN EL CHARCO
Teruel, 23-25 de septiembre de 2008. Museo Provincial.
LUNES 22 DE SEPTIEMBRE
20:00 horas, recepción para invitados en la Logia del Museo Provincial.
MARTES 23 DE SEPTIEMBRE
09:00 horas. Entrega de acreditaciones y documentación a los inscritos.
10:00h. Inauguración a cargo de las Autoridades y los autores Alfredo Bryce Echenique, Javier García Rodríguez, Eduardo Mendoza y Félix Romeo.
12:00h. Mesa 1, “Outsiders (fórmulas de riesgo)”: Mercedes Cebrián, Unai Elorriaga, Miguel Ildefonso. Modera Jesús Villel.
16:30h. Mesa 2, “Literatura en la red (Internet y sus virtudes)”: Joaquín Pérez Azaustre, Miriam Reyes y Aloma Rodríguez. Modera Raúl Carlos Maícas.
17:30h. Mesa 3, “Literatura y compromiso”: Luis Bagué, Laura Giordani y Alejandro Tarrab. Modera Pablo Lorente.
19:00h. Mesa 4, “Independientes: escritores y grupos que editan”: Asociación Ediciones 4 de agosto (Enrique Cabezón), Colectivo Hesperya (Alba González) y Colectivo La Bella Varsovia (Alejandra vanesa). Modera Ignacio Escuín.
20:15h. Presentación del libro Parque de atracciones (Libros del imperdible-1001ediciones) a cargo de David Giménez, Octavio Gómez Milián, Ana Muñoz y Clara Santafé.
22.30h. Lecturas literarias (Café del arte).
MIÉRCOLES 24 DE SEPTIEMBRE
09:00h. Lectura de comunicaciones (Almudena Vidorreta, Ignacio Escuín, Alba González Sanz, Uxue Arbe).
10:00h. Mesa 5, “El mundo de las antologías”: Timo Berger, Andrés Neuman y Milena Rodríguez. Modera Diego Palmath.
11:30h. Mesa 6, “Literatura y mercado”: Yolanda Castaño, Elena Medel y Francisco Véjar. Modera Toni Losantos.
12:30h. Mesa 7, “Ellas”: Andrea Cote, Ángela Labordeta, Raquel Lanseros. Modera Aurora Cruzado.
13:30h. Presentación del libro El Árbol de Reinhard Huaman Mori (editorial tRpode de Lima) a cargo de Miguel Ildefonso y Dolan Mor.
17:00h. Mesa 8, “Literatura y cine”: Gabriela Alemán, Daniel Gascón y Karla Suárez. Modera Juan Villalba.
18:30h. Mesa 9, “Universo Bolaño”: Claudia Apablaza , Juan Marqués y Diego Trelles. Modera Eduardo Fariña.
19:30h. Presentación del libro Bolaño salvaje (Candaya) a cargo de Miguel Serrano.
20:10h. Presentación de los libros de Julio José Ordovás y Martín López-Vega editados por PUZ a cargo de Alfredo Saldaña.
22:30h. Lecturas literarias y concierto a cargo de MOOD DISORDERS (Fonda del Tozal)
JUEVES 25 DE SEPTIEMBRE
09:00h. Lectura de comunicaciones (Fernando Cid, Juan Marqués, Sofía Castañón, José Manuel Dorado).
10:00h. Mesa10, “Amarga memoria”: Carmen Beltrán, Julio José Ordovás y Martín Rodríguez Gaona. Modera Pilar Salomón.
11:30h. Mesa 11, “Literatura y canon”: Pamela Colombo, David Mayor y Mariano Peyrou. Modera Pedro Moreno.
12:40h. Presentación de El círculo de los escritores asesinos (Candaya) de Diego Trelles a cargo de Diego Palmath.
13:00h. Lectura de comunicaciones (Elena Medel, Nere Basabe, Sara Toro).
16:30h. Mesa 12, “Nuevas propuestas”: Eduardo Halfon, Elvira Navarro y Juan Sorós. Modera Toni Tello.
17:30h. Presentación del libro Diario de las especies de Claudia Apablaza (Ed. Jus, México, 2008) a cargo de Eduardo Fariña.
18:00h. Presentación del libro de Juan Sorós Cineraria (Ed. Amargord, Madrid, 2008) a cargo de Óscar Pirot.
18:30h. Clausura a cargo de Antón Castro y Antonio Pérez Lasheras.
22:30h Lecturas literarias (Fonda del Tozal) y concierto a cargo del grupo KYOTO.

sábado, 20 de septiembre de 2008

viva san mateo!

pues eso!

a pasarlo bien...

oeoeoeoe oe oe

martes, 16 de septiembre de 2008

cuba! (casi final)



29-6-08, domingo

Amanecemos temprano. Ducha y desayuno. Después subimos a hacer nuestras maletas. Ordenamos como podemos todos los libros que hemos comprado (más de 20), los tambores, las maracas, las láminas y los grabados, el kilo de collares, la ropa sucia, las botellas de ron, las cajas de puros, el Che de cristal y madera de Cienfuegos, la ropa limpia... Nuestras maletas son ridículamente grandes para este viaje y las hemos estado maldiciendo todos los días, pero ahora agradecemos su desmesura. La operación nos lleva un buen rato. Después bajamos a dejarlas en recepción y salimos a despedirnos de La Habana. Un poco tristes a pesar de que tenemos ganas de marchar, de volver a casa, de veros a todos y de hablar con vosotros. Callejeamos para ver las plazas de la Habana Vieja. La de la Catedral y la de San Francisco. Aquí nos paramos a echar una cervecita fría en la terraza del Café del Oriente. Así, en esta mañana grisácea de domingo, me da la sensación de que estamos en San Sebastián, no sé por qué (desde luego no por la temperatura), como cuando íbamos al Festival de Cine Fantástico y de Terror. Echo de menos El País con su suplemento. Y una tostada con mermelada de albaricoque. Hay espectáculo callejero de música y tíos disfrazados de colores y subidos en zancos. En la mesita de al lado, una niña celebra sus quince posando con un vestido azul celeste. Tomamos la calle Obispo. Hay un par de tiendas de artesanía y compramos a Hugo unas maracas de papel maché de muchos colores (hacen ruido, no se rompen son bonitas). Para nosotros compramos una matrícula azul celeste también de papel maché. para ponerla en el salón. Cambiamos monedas para el padre de Enrique. Nos faltan dos. Y nos falta un libro para José Luis. En la misma calle hay una librería y lo intentamos por última vez. Jugada perfecta: tienen el libro que hemos estado buscando como locos y nos dan monedas de uno y cinco pesos cubanos no convertibles. Más contentos que ni sé nos vamos a la Plaza Vieja. Enfrente de la cervecería a la que hemos ido varios días, hay una cafetería con muy buena pinta. Nos sentamos en la terraza y pedimos un par de jugos de mango naturales que están acojonantemente buenos. Hace un bochorno terrible, pero estamos a gusto a la sombra, hablando de la obra que tenemos al lado (van a hacer un planetario). Nos acabamos los zumos y echamos a andar un poco sin rumbo, cotilleando el ambiente dominguero cubano. Hacemos tiempo para ver la final de la Eurocopa. Llegamos hasta la esquina del Hotel Ambos Mundos (por supuesto, Hemingway estuvo allí, como en casi todos los sitios). Nos fijamos en la terraza que hay en la azotea. Me dan ganas de subir. Convenzo a Enrique, que está un poco reticente porque el primer día entramos allí a llamar por teléfono y nos clavaron. Entramos y, cuando vamos a subir en el ascensor, nos encontramos con el gallego que teníamos anoche cenando detrás nuestro en el Hurón Azul. Nos saludamos y hablamos un poquillo. Subimos juntos a la azotea. Vemos casi todos los tejados de la Habana Vieja, los solares, los aparcamientos, el malecón, los patios y, por supuesto el mar. Enrique y él se piden un mojito y yo una cerveza. Es majo, profesor de la Universidad en Vigo y lleva aquí una temporada dando clases en una escuela de cine muy importante que queda a unos 30 kilómetros de La Habana (la Escuela Internacional de Cine de La Habana). Anoche García Márquez fue a visitarles porque es el presidente de la Fundación de Nuevo Cine Latinoamericano. Flipamos con cosas que nos cuenta de la escuela y de su curro. La escuela está en una finca en medio del campo que está llena de mosquitos monstruosos. Nuestro compañero el Fandi tiene una oreja hinchada de una picadura tremenda y está tomando medicamentos para curarse, con lo que su mojito se lo tiene que acabar Enrique. Estamos allí un rato antes de ir a buscar un sitio para comer. Dudamos entre quedarnos allí, que tienen una tele pequeñica, o irnos. Nos vamos. Andamos con todo el sol buscando un restaurante para comer y ver el partido a la vez. Muchos cubanos nos paran y nos desean suerte: Cuba entera está con España, hermanos. En realidad ya tenemos uno localizado, (Enrique y yo hicimos ayer labor de zapa), pero por el camino vamos mirando si alguno nos gusta más. Acabamos en el que ya teníamos fichado. En un salón fresquito y sombreado que se llama Salón Bilbao y que está decorado con todo bufandas y banderas de equipos españoles (la más grande es la del Real Madrid, así que echo una foto con el móvil y se la mando a mi hermano Pedro, que a esas horas estaba ya ciego como una puerta). Tiene dos pegas: una leve (no hay españoles con los que alegrarse en grupo) y una grave (no se puede fumar). Pedimos para compartir los tres y la comida no está muy allá. Pero casi que es lo de menos. Yo estoy nerviosa, y cada poco tengo que salir a fumar al patio. Afuera hay una mesa enorme de argentinos que me dan conversación cada vez que salgo a echarme un piti. Sólo vemos la primera parte allí y yo me pierdo la mitad fumateando. Volvemos a la azotea en la que habíamos estado antes de comer. Hay como 20 españoles que no se conocían de nada comiendo juntos mientras ven el fútbol. También hay alemanes. Nos sentamos y pedimos cervezas. El partido mola realmente. Me pongo un poco ciega. Ganamos y se acaba ahí la cosa. Hablo con Pedro y me cuenta el ambiente que hay en Logroño. Me gustaría estar allí. Cuando salimos del hotel los tres, vemos al señor de la portada de la guía de Lonely Planet de Cuba que me regalaron José Luis y Patricia por mi cumple. Me quiero hacer una foto con él (sólo él y Arguiñano han suscitado en mí esa necesidad imperante en toda mi vida). Me siento a su lado y un señor que pasa por ahí se pone con nosotros. Le damos un peso al señor de la portada, al que no le damos más de tres días de vida, y el hombre que se nos ha acoplado en la foto pone cara de tristón y nos dice que le demos algo a él también, que es su representante. Nos acercamos hasta la embajada de España (el edificio más iluminado de noche de prácticamente toda la ciudad) por si hay algún español borracho e idiota como nosotros mismos (Xaime perdona, esto lo digo sobre todo por Enrique y por mí) festejando la victoria. No hay nadie. Andamos sin rumbo otra vez como aquel domingo berlinés con Isa y Domingo. El cielo está casi negro, con unos nubarrones densos y pesados. Vamos hablando y estamos a gusto. Fandi nos hace una foto delante del Museo de la Revolución con la tormenta casi encima de nuestras cabezas. Con el bochorno y el pedal me nace un dolor de cabeza, el primero de todo el viaje. Aquí, al sudar tantísimo, el alcohol no se metaboliza del todo, supongo. Algo raro sucede en este sitio en el que puedes ingerir litros de cerveza, de mojito o de ron collins sin tener ni siquiera asomo de resaca ni del clavo en la sien típico de los domingos logroñeses. Por supuesto, apenas se mea. Por la mañana sí (y poco) pero por la tarde basta con sudar. Callejeamos y un perro nos ladra. Fandi y yo nos asustamos un poco y Enrique se ríe de nosotros. A las 19:00 viene un taxi a recogernos al hotel. Son más de las 17:00, así que vamos para allí a echar la última. Nos sentamos en el patio. Por supuesto hay música. Esta vez no nos molesta porque pensamos que es la última. Nos despedimos, recogemos nuestras maletas, le damos un bote de súper repelente de mosquitos a Fandi y nos vamos en taxi al aeropuerto. Vamos hacia el interior, viendo las calles por las que entramos. La Habana, incluso con todo medio destrozado o precisamente por eso, no sé, es una ciudad maravillosa. En que salimos de la parte que bordea el mar, empezamos a ver unos charcos tremendos. El taxista nos cuenta que casi todos los días llueve a 5 kilómetros del centro y que a primera hora de la tarde ha caído tremenda tormenta. Llegamos al aeropuerto y vamos a las oficinas de Iberia a que nos validen el billete como nos pidió el responsable de Angalia. Nos mandan a la mierda. Es la primera vez en quince días que vemos a cubanos perdiendo los nervios. Nos dicen que no hay asiento para nadie que tuviera que volar con el avión de Cubana estropeado. Le extiendo los papeles en los que aparecen nuestros nombres y nuestros números de asiento nuevos y ni los miran. Que nos vayamos. Ya. Flipamos. Bajamos al mostrador de Cubana. Hay mucha gente sin billete protestando e intentando que los recoloquen. Con la tormenta se ha estropeado el sistema informático del aeropuerto. Una de las chicas de información se está limando las uñas como en las pelis. Flipamos otra vez. Llamo al señor de Angalia. Nos dice que viene a rescatarnos. Enrique se pone en la cola para facturar. Me empieza a doler muchísimo la cabeza. Logro llegar al mostrador. Les enseño a las chicas mis billetes nuevos después de una hora esperando. Me dicen que vaya a facturar a Iberia, que sí que tenemos billetes. Vamos a Iberia. El mismo señor que nos mandó a la mierda antes me pide disculpas y me dice que me ponga a la cola para facturar, que salvo que haya un overbooking de esos podremos irnos esta noche. Nos ponemos en la cola pero no respiramos tranquilos. Dejo a Enrique solo con las maletas envueltas en plástico y me subo a tomarme un espidifén a la cafetería, el primero del viaje también. No me lo puedo creer pero es cierto: hay un grupo tocando la conga en el bar. Los quiero matar. Se me pasa. Vuelvo a la cola. Menos mal que se puede fumar en el aeropuerto, porque en esa hora y media de espera me fumo hasta las uñas. Llega el de Angalia. Está con nosotros y con otras dos parejas que viajan con ellos. Cuando por fin parece que nos toca, nos cuela delante a dos hermanos de Santander que no tenían asiento asignado y que no hacen más que repetirnos que Varadero es una mierda. Pasan. Nos toca a nosotros y una maleta se nos pasa de peso nueve kilos. Le quitamos el plástico y vamos sacando bolsas de ropa sucia, libros y demás. Reorganizamos todo como podemos en diez minutos. La gente que está detrás nuestro nos mira mal. El del mostrador nos dice que paremos de sacar cosas, que paguemos. Pagamos, sí, pero a él. Nos da nuestros billetes. Entramos. Respiramos, ahora sí. Vamos a pillar algo de comer con mogollón de bolsas de ropa sucia de equipaje de mano. Tenemos que cambiar algunos pesos pero no hay nadie en la ventanilla de cambio. Nos cabreamos porque no aparece ni perri en media hora y nos tenemos que montar en el avión. Nos fundimos los pesos en unas obras completas del Che. Llegamos por los pelos al avión. Nos sentamos. Intentamos descansar pero hay bronca antes de despegar porque uno se ha colado y no se quiere bajar. Se me ha pasado el dolor de cabeza pero estoy a punto de que me ataque otro. La azafata se enzarza con el pasajero. La escena es brutal. A la chica que llevo a mi izquierda le da pánico volar. Su novio le dice que se tome no sé qué tranquilizante y ella parece estar bastante pasada de vueltas. Se la toma y se tranquiliza. Por fin podemos despegar, con más de una hora de retraso. Enrique se duerme enseguida. Yo de primeras no, pero cuando nos dan de cenar caigo como un cesto. Nos despertamos justo una hora antes de llegar, cuando nos dan el desayuno.




30-6-08, lunes

El aterrizaje es bastante desagradable (botes, tumbos, estómago del revés...) y a la chica de mi derecha a punto está de darle un síncope. Bajamos, andamos por esa ratonera de colorines que es la T4, recogemos las maletas, pillamos un hotel, un taxi... La idea era volver a Logroño de seguido, pero como nos han desmontado las maletas enteras, pensamos que es mejor quedarnos y tratar de organizar todo un poco. Es buena idea. Vemos a Lucas y a Ana, comemos jamón, salmorejo, ensaladas, mucho pan de verdad, tortilla de patata... Vamos a Plaza Colón a ver cómo se celebra el tema este de la Eurocopa con Manolo Escobar, aviones de las fuerzas aéreas que echan humo de colores, neonazis, falangistas, mascachapas, vicentines, guiris, antidisturbios a manta y todo el copetín. Sé que Lucas y Enrique, que llevaba su camiseta de Los Suaves, me hubieran apaleado bien a gusto, pero insisto en que fue buena idea: cualquier acontecimiento medianamente histórico, aunque sea estúpido, hay que vivirlo si se tiene la oportunidad. Volvemos al hotel y pasamos nuestra primera noche de jet lag, viendo la teletienda a las cuatro de la mañana cogiditos de la mano y con los ojos como platos. Ya casi estamos en casa y a este relato larguísimo sólo le falta la coda, la posdata o qué se yo, algo así, unas reflexiones finales, flecos sueltos en los que me ha traicionado la memoria y cosillas que se me han ido ocurriendo mientras escribía todo esto. En breve estará. Gracias a los que habéis aguantado la parrafada... ¡a algunos hasta os ha gustado!. Estáis locos...




lunes, 8 de septiembre de 2008

cuba!




28-6-08, sábado

Después de desayunar quedamos con el responsable de Angalia. Nos da nuestros nuevos billetes y nos pide que le llamemos desde el aeopuerto para que sepa que todo está bien. Es nuestro último día completo aquí y no nos faltan ganas de volver. Nos acercamos al Museo de Bellas Artes que está justo al lado de nuestro hotel. Nos encanta. Disfrutamos muchísimo con la pintura y con las colecciones de grabados y de dibujos. Siempre estoy muy a gusto en los museos. Casi independientemente de su contenido. Y más si fuera, en la calle, hacer un calor de mis demonios o mucho frío o llueve. He tenido la suerte de visitar muchos ya pero no recuerdo todos con el mismo amor.
Por distintos motivos sí que recuerdo casi con un escalofrío la Galería de los Uffizi en Florencia; el Leopold Museum en Viena; el D´Orsay en París; la Neue National Gallery en Berlín; el Museo Arqueológico Nacional en Nápoles y el Thyssen en Madrid; el Museo de Artes Turcas e Islámicas de Estambul; el Museo Nacional de Arte de Cataluña; la Galeria Borghese en Roma... El Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana es ya otro de mis favoritos. Porque tiene espacios maravillosos, porque su tamaño es manejable y porque el contraste entre su interior diáfano, silencioso, fresco y ordenado, con el exterior achicarrante, caótico y ruidoso, hace de él en un pequeño paraíso. Soy muy feliz en los museos, quizá hubiera hecho bien en hacerme un máster en Museología, como Pablo Casares, y así trabajaría pensando en esos espacios, en ordenar todos esos falsos cadáveres, en construir esos luminosos templos paganos. Allí estaban todos: Wilfredo Lam, Portocarrero, el maravilloso Fidelio Ponce (Niños, una de sus pinturas más conocidas, acompaña estas líneas), Carlos Enríquez, Eduardo Abela, la inquietante Antonia Eiriz... Nos tomamos una cervecita bien fría en su patio antes de salir. A los dos nos encanta. Volvemos al hotel y subimos al restaurante del piso 9 a mirar y a echar unas fotos de la ciudad desde arriba. Locura total. Nos vamos porque la señora de la limpieza nos advierte con la mirada de que no es hora de que estemos allí. Caminamos hacia el centro con la intención de ver el Centro de Arte Contemporáneo Wilfredo Lam. Está cerrado por reforma, pero tiene abierta la tienda. Enrique se compra un recopilatorio de Benny Moré que se quedó con las ganas de pillar en Cienfuegos. Después entramos en el Taller Experimental de Gráfica que hay justo al lado. Hay una exposición de grabados, chicos trabajando (algunos muy guapos) y se venden originales. Pillamos un par de ellos muy bonitos. Y un taxi para que nos lleve al Castillo del Morro. Es la primera vez que cogemos un taxi con taxímetro en todo el viaje y nos damos cuenta de que hemos sido unos pringados. El taxista nos da conversación. Subimos a lo alto de la muralla pero no entramos dentro. En los alrededores hay un mercadillo y aprovecho para comprar un millón de collares de semillas. Son muy bonitos y es prácticamente lo único que se puede comprar aquí para regalar a las chicas. La vista de La Habana es alucinante. El día está brumoso y a ratos parece un espejismo. El taxi nos deja en el centro y nos acercamos a otro mercadillo a comprar los regalitos de rigor (imanes de nevera, instrumentos para los sobris...). Queremos comprar otra caja de puros (unos cohibas robustos que nos ha encargado Francis). Es fácil porque todo el mundo nos ofrece. Enrique entra en una librería de la Plaza de Armas. Yo me quedo fuera apurando un cigarro y un litro de agua casi de un trago y un tipo se acerca a ofrecerme puros. Le pregunto que de cuáles tiene. Es la primera oportunidad que tengo de negociar algo en el viaje. Como aquí la mayoría de las veces, allí siempre se dirigen al hombre cuando hablan. Me dice que de todo un poco. Le pregunto por los cohibas robustos y por el precio. Me cuadra. Entro a buscar a Enrique y nos vamos detrás del negro a una casa que está en una callejilla de la Habana Vieja. Es un palacete precioso hecho un desastre. Se supone que tiene dos alturas como el edificio de enfrente de la piscina del hotel. Pero cuando entramos al piso al que vamos nos damos cuenta de que no. Apenas tiene dos metros de alto, el suelo y el techo están totalmente desnivelados y se ve una escalerilla de caracol al fondo. En que entramos a la casa, empieza a salir gente de todas las habitaciones (una señora de mediana edad, dos niños, un chaval joven y dos perrillos pequeños). El jefe es un mulato flaco que está sentado en un sofá al lado de un saco de rafia gigante. Tiene las piernas más largas que he visto en mucho tiempo. Tiene mucha encía o poco labio, no sé, y enseña los dientes aunque no sonría, lo que da un poco a engaño (como aquel perrillo malencarado de Trinidad). Empieza a sacar del saco todo tipo de cajas de puros. Le pedimos los cohibas robustos. Le decimos que sólo queremos esos y porque nos los han encargado. Nos dice un precio más alto que el que nos había dicho el negro que hace de gancho. Le decimos que o a ese precio o nada. Medio discute con el negro y nos lo deja al precio pactado. Después de ese momento medio tenso, hablamos todos un rato. Los niños y los perrillos nos miran. El chaval joven que ha salido de una habitación nos ofrece maría y polvo blanco. Le decimos que no estamos para líos. Que el caloraco este ya coloca un rato largo. Lo que nos faltaba para anularnos como personas es emporrarnos con un 90% de humedad ambiental y 33 grados. Me acuerdo de ese estudio que leí en la Introducción a la Antropología General de Marvin Harris y que afirmaba que los jamaicanos trabajaban mejor fumados que sin fumar. Los estadounidenses no. En ese sentido tenemos más que ver con ellos que con los jamaicanos. No depedimos y nos vamos. Sólo nos quedan pillar las monedas para el padre de Enrique y algo bonito y que haga ruido y que no se rompa para Hugo. Por fin podemos comer en ese chino al que le habíamos echado el ojo. Son más lentos que ni sé, pero la comida mola. Allí lo italiano sabe a cubano; lo español y lo árabe también, pero el chino sabe a chino. Está bien cambiar de sabores. Vamos a descansar un poquito al hotel. Poco, una hora y media o así, y echamos a andar de nuevo. Andamos el malecón entero. Es sábado tarde, y está más animado que de costumbre (si cabe). Queremos callejear un poco por el Vedado. Andamos buscando un restaurante que nos han recomendado Eduardo y Lara. Se llama el Hurón Azul. También andamos buscando el centro socio-cultural de la UNEAC, que curiosamente también se llama el Hurón Aul, así que nos vemos en una inédita y seguramente irrepetible: localizar dos hurones azules en la Habana. Preguntamos primero por el restaurante y toda la gente con la que hablamos nos lo desaconseja (que si es caro, que si no merece la pena, que si yo concozco un paladar mucho mejor...). No hacemos caso. Lo localizamos (el día que buscábamos el Hotel Nacional pasamos justo al lado sin verlo) y pedimos mesa. Segimos andando. Vemos Coppelia y la cola tan enorme que hay nos produce sonrojo (más que la cola en sí, todos hemos hecho colas infames en la administración pública, que la cola sea sólo para los cubanos). No comemos ningún helado. Nosotros somos más de cerveza fría. Un joven nos engancha y se ofrece a compañarnos al Hurón Azul de la UNEAC. El chaval es majo. Nos va enseñando las embajadas, explicándolos los carteles propagandísticos del régimen (algunos sólo dan cifras hirientes, así que poca explicación tienen, pero otros, los más retóricos, sí que ganan a veces con cierta traducción). Parece otra ciudad. Hay mansiones preciosas, por supuesto con un mantenimiento muy deficiente (exceptuando las que acogen embajadas y centros de estudios extranjeros), con su jardincito y su coche de los 50 aparcado, arboledas, espacios verdes... Tiene mucho encanto. Llegamos a destino. Gente mayor y arreglada espera a que lo abran para coger buen sitio. Hoy hay concierto de una banda de boleros muy popular allí. Enrique va con pantalones cortos y le dicen que así no va a poder entrar. Muy amablemente, eso sí. Nos vamos. Decidimos que no vamos a ir al hotel a que se cambie, que ya entraremos otra vez que vengamos. Desandamos el camino entre mansiones desconchadas de colores pastel. Pasamos por las discotecas donde se diverten los mascachapas cubanos de hasta 17 o así. Se pillan sus ciegos como cuando yo era más joven e iba al Yo qué sé o al Área 7 (discotecas chuscas de Logroño, por si tengo algún lector de fuera) y se enciscan, hay peleas, y se morrean y se meten mano y vomitan por la calle. El ambiente me resulta familiar. Pillamos un par de latas de cerveza y nos paramos un poco a cotillear. Nos despedimos del joven que nos ha acompañado y le damos un peso. Le ofrecemos también cerveza pero no quiere. Casi es hora de cenar. De camino al restaurante nos paran para pedirnos fuego. Acabamos dando fuego y varios cigarrillos camel. Así es casi siempre aquí. A cambio, nos han dado un rato de conversación. No está mal. Ellos pensaran que son ellos quienes salen ganando, pero yo no lo tengo tan claro. A Enrique y a mí comentar algunos de los chascarrilos que nos cuentan nos hace pasar un buen rato. Por fin logramos llegar al paladar. No hay ventanas y el aire acondicionado está a tope, pero el sitio está decorado con bastante buen gusto. Tiene un botellero con riojas y cosas así. La dueña es muy rara. Mucho. Nos da una tarjetita con los datos del sitio, le damos la vuelta y vemos que pone "si alguien les dice que el Hurón Azul está cerrado no le crean, siempre estamos abiertos". En la mesa hay un bol con un montón de frutas tropicales. Le meto al mango y a la piña, que están buenísimos. Nos da la carta. Flipamos. Venimos de una austeridad gastronómica bastante importante y todo nos parece una maravilla. Hay pan de verdad y no bollo de ese medio dulce que llevamos quince días comiendo. Pedimos aguacate relleno de cangrejo, ropa vieja y otro plato que no recuerdo cómo se llamaba de lomo ahumado con frutas tropicales. Comemos hasta petar. Las raciones son enormes. Va entrando gente. El sitio se llena y se ve que es así todos los días. La dueña es extrañísima. En la mesa de detrás se sienta un señor con acento gallego. Le doy la espalda pero Enrique lo ve. Pide sólo un plato. La señora le insiste en que pida más, pero se ve que él ya ha estado aquí y ya sabe cómo se las gastan. Al final logra pedir sólo un plato de pescado y la dueña se aleja con el morro torcido. Comemos y bebemos. Estamos guay, pero acabamos y nos vamos pitando. El sitio es una bajera sin ventanas pero todo el rato hay gente llamando a la puerta. La señora sale, a veces se le oye gritar y entra enfandada; otras entra sonriente (con una sonrisa más falsa que un eusko de popeye) y acompañando a clientes a sus mesitas. Al pagar me regalan una rosa roja. Salimos andando y la abandono en el capó de un coche que está en una gasolinera. Pienso que a alguien le hará más labor que a mí. Enfilamos el malecón. El ambiente es el de una especie de macrobotellón español pero más silencioso y escuchando y oliendo el mar. Poca luz y mucho besuqueo. Pedro Juan Gutiérrez habla muchas veces en sus libros de gente follando ahí en medio y de gente pajeándose mirando a los que follan encima de las piedras. Supongo que será a otras horas. Nos vamos asomando por las calles de Habana Centro. Están oscurísimas. Nos volvemos locos con la idea de una Habana en la que de repente aterriza la heroína. Sería una pesadilla. Al ánimo evasionista cubano le cuadraría la sensación, supongo, y el impacto en un sitio como este que visualmente, sobre todo de noche, acojona, a pesar de que hay un poli en cada esquina de lo sitios por los que pasamos los turistas, sería terrible. Nos imaginamos todos los recodos, las ruinas, la oscuridad, las callejuelas, los agujeros de las paredes llenos de yonquis y se nos ponen los pelos de punta. Hasta donde sabemos, hay muchas drogas que no han llegado a Cuba. No saben la suerte que tienen. Un señor que parece un poco desesperado nos para pidiéndonos un medicamento muy concreto, no recuerdo cuál. Le decimos que no tenemos de eso y le hablamos del tío de Ivana, de la misión en la que curra, de que igual puede ir allí. Nos dice que de eso los franciscanos no tienen tampoco y nos pide que, cuando lleguemos a nuestra ciudad, vayamos a alguna ong para hacérselo llegar. Suena descabellado pero no es imposible, pero él mismo se desanima, se va negando con la cabeza, nos deja con la palabra en la boca. Nos deja un poco tristes. El ambiente está bien. Lo suyo sería ir a un badulaque, comprar unas cervezas bien frías y sentarnos a no hacer nada, a mirar y a escuchar romper las olas Pero no tenemos ánimo. Ha sido un día muy largo y mañana toca preparar las maletas y marchar.